lunes, 24 de octubre de 2016

CAPITULO VI

La educación obligatoria: un proyecto y una realidad social que es preciso llenar de contenidos y de prácticas pedagógicas adecuadas

Las decisiones acerca de qué es conveniente enseñar se fundamentan en algunas razones básicas: 1) la visión que se tenga de la naturaleza humana y de sus necesidades, 2) las funciones que se considera ha de cumplir la educación en un nivel o especialidad determinados, y 3) la valoración de los contenidos considerados relevantes en una determinada cultura y en un momento dado; porque no todo lo que comprende la cultura tiene que ser contemplado por las escuelas. En demasiadas ocasiones hacemos aquello que se ha venido haciendo, sin que su justificación primera tenga demasiado sentido en la actualidad. Las tradiciones crean hábitos que tienden a hacerlas pervivir más allá del tiempo en que tuvieron sentido y vigencia, convirtiéndolas en obsoletas. Partiendo de la consideración de esas tres razones, no es fácil establecer criterios irrebatibles para concretar una propuesta de currículum, puesto que en las sociedades plurales existe variedad de puntos de vista al respecto. Tratándose de la enseñanza obligatoria, este tema no es menor, ni mucho menos, siendo preciso considerar la importancia de las opciones que se tomen, porque éste es un problema de verdadera trascendencia social que se debe resolver adecuadamente. De ahí que, para aclarar los criterios que hay que respetar, es preciso, en una sociedad democrática, tolerar y establecer procedimientos de discusión y diálogo para llegar a propuestas razonables.
Para ese diálogo, ofrecemos, por nuestra parte, una serie de consideraciones de carácter orientador, que puedan fundamentar una propuesta razonable acerca de qué compete a la educación obligatoria: A la educación obligatoria le compete la educación general, La especialización educativa de las escuelas, Una enseñanza obligatoria con contenido valioso, Un sujeto dotado de las herramientas básicas para penetrar en el mundo cultural, La cultura escolar sustanciosa y densa tiene que ser subjetivada y atractiva para formar parte de los sujetos, La cultura escolar tiene que aprovechar la variedad y riqueza de los depósitos a través de los que ella puede sernos accesible, El alumno que aprende es un ser singular al que apoyar en su autonomía, La educación ilustradora requiere un clima que posibilite la expansión creadora, Profesores de calidad para la educación obligatoria.

A la educación obligatoria le compete la educación general

La complejidad de finalidades que tiene la escolarización, como pudimos ver, nos pone ante la ineludible condición de pensarla en tanto que proyecto que deberá ocuparse de diferentes aspectos del ser humano, de la cultura y de la sociedad a la hora de seleccionar sus contenidos, las actividades a realizar y el trato que debe mantenerse con los educandos.

... puesto que toda la vida depende de la primera edad y de su educación, se habrá perdido si todos los espíritus no fuesen aquí preparados para todas las cosas de la vida. Y como en el útero materno se
forman a cada hombre los mismos miembros, manos, pies, lengua, etc., aunque todos no han de ser artesanos, corredores, escribientes u oradores, así en la escuela deberán enseñarse a todos cuantas
cosas hacen referencia al hombre completo, aunque unas hayan de ser después de mayor uso para unos que para otros.

Afirmaba COMENIUS que hay que preparar para todas las cosas de la vida, independientemente de lo que se vaya a ser en ella; han de enseñarse las cosas que hacen referencia al hombre completo.
Éste es el problema: educar y enseñar para la globalidad única, aunque multidimensional, del alumno, contemplando su desenvolvimiento en el panorama de una historia que le lega una cultura rica, variada y múltiple. Hay que enseñar y hay que educar para alcanzar la meta de la educación general, prestando atención a todas las dimensiones de la persona humana que son susceptibles de mejorarse.
Aun con todo, la experiencia que debe proporcionar la educación obligatoria debe seguir siendo general, que es lo mismo que decir que debe ser una experiencia variada para cultivar las posibilidades múltiples de cada sujeto. La escolarización obligatoria tiene que ser, necesariamente, multifuncional. Este principio encuentra su apoyo en la condición antropológica del ser humano en tanto que ser cultural abierto a infinitas posibilidades, así como en el carácter polifónico de la cultura. El ser que inevitablemente está llamado a crecer es susceptible de tener experiencias múltiples.
La diversidad de la experiencia, la de la cultura, la de los seres humanos, la de sus cualidades, nos reclaman curricular, métodos, ambientes de aprendizaje y procedimientos susceptibles de absorber las diferencias, estimular ciertas diferenciaciones y romper, ante todo, el monolitismo de algunas tradiciones escolares cercenadoras de la diversificación enriquecedora.
La escolaridad obligatoria tiene funciones sociales que cumplir, pero su mejor razón de ser para la sociedad es ser por sí misma creadora de seres humanos; es decir: tener un propósito propio que defender para hacer algo mejor a la sociedad en aquello que creamos debe ser mejorada. 

La especialización educativa de las escuelas

La función cultural especializada de las escuelas tiene que insertarse en todo eso, sin perder su objetivo básico.
Desde un punto de vista antropológico, cultura es todo lo que elabora y ha elaborado el ser humano, desde la más sublime música o la literatura hasta las formas de destruirse a sí mismo y las técnicas de tortura, el arte, la ciencia, el lenguaje, las costumbres, los hábitos de vida, los sistemas morales, las instituciones sociales, las creencias, las religiones, las formas de trabajar. 

¿La educación escolar es el instrumento para propagar ese sentido de la cultura e insertar a los sujetos en ella? En cierto modo sí, pero con algunos matices. El primero, consiste en comprender que el tiempo y los medios de que disponen las escuelas no permiten cumplir con tan exigente carga. La escuela, además, como ya se ha comentado, ni está, ni debe estar sola. El segundo, consiste en hacer la salvedad de que las escuelas, que son instituciones reflexivas y agentes que tienen que procurar la mejora de la condición humana, tendrán que filtrar la cultura a la que van a dedicar sus esfuerzos, de acuerdo con una cierta ética cultural que distinga lo que es digno de propagarse, qué no lo es y qué es discutible. El relativismo cultural y moral en términos absolutos no cabe en educación ni lo practica ninguna sociedad. El problema es el de establecer qué criterios componen esa ética, quién los determina y cómo se hace la selección del currículum.

La escuela es un lugar privilegiado en el que la cultura es diseccionada, escrutada, analizada; es decir, “estudiada”i11. No es el único lugar donde este aprendizaje reflexivo y crítico ocurre, pero sí es un lugar donde puede hacerse para todos, a ritmos adecuados, con personas más preparadas y de acuerdo con las posibilidades del estudiante. Creemos que ésta debe ser la síntesis entre los compromisos que la escuela debe mantener con la autonomía del sujeto y con la cultura. Un equilibrio que nos hará esquivar los peligros del fundamentalismo cultural (la cultura como esfera en la que quedar preso por considerarla un legado intocable) y el academicismo de los aprendizajes superficiales.

El proyecto moderno de educación parte de una cierta, aunque no exclusiva ni excluyente, especialización de las escuelas en la función de penetrar y de mostrar reflexiva y críticamente el mundo, lo que ha sido, cómo ha sido interpretado y cómo fue sentido. Esta misión la desarrolla gracias a la utilización de diferentes
fórmulas de comunicación que actúan de manera independiente o, más frecuentemente, entrelazadas unas con otras:
1)La comunicación interpersonal directa de experiencias, vivencias y visiones personales, por medio de la narración oral y del diálogo; tan útil en el medio escolar como lo es fuera de él.
2)El contacto directo con la realidad natural, social y con los objetos creados es otra posibilidad de aprender cultura, la cual está presente en edificios, obras u objetos hechos por el hombre y en las realidades naturales modificadas por él. Educar requiere tener experiencias directas con el mundo, mostrar para entender,
analizar y enriquecerse.
3)El medio educativo por antonomasia para la transmisión de la cultura elaborada y codificada lo constituye la lecto-escritura, que abre enormemente la comunicación en el tiempo, en el espacio y en cuanto a la variedad de contenidos disponibles.

UNA ENSEÑANZA OBLIGATORIA CON CONTENIDO VALIOSO

La escuela se justifica como aparato difusor y creador de cultura en los sujetos en tanto que sea capaz de difundir eficientemente aquella tradición, aquellos contenidos y habilidades para los que está más preparada que las demás esferas de socialización: la familia, los medios de comunicación, la comunidad, etc. El proyecto moderno de educación valora la acumulación del saber en las más variadas facetas de la cultura y quiere difundir ese bagaje a las generaciones que se suceden. Sin tradición que transmitir no hay educación posible.  los “textos” heredados (narraciones que nos acercan a lo que ha sido realizado, pensado y sentido), que sabemos son plurales, y que los consideramos susceptibles de múltiples lecturas y de ser vueltos a escribir. Es decir, que la educación ilustradora se ocupa también de la posibilidad de criticar la tradición y de reivindicar olvidos.
La educación prepara para entender y participar en el mundo al proporcionar la cultura que lo compone y su historia, transformándola en cultura asimilada subjetivamente, lo cual da la forma que nuestra presencia tiene ante los bienes culturales. Se aprende cultura en las escuelas no para reproducirla ni para ser deslumbrado por ella, sino para que sea alimento de la subjetividad. A eso llamamos saber, a la forma de apropiación personal de la cultura. La calidad en la experiencia cultural vivida es la preparación más real y útil que puede y debería propiciar la educación. El proceso de subjetivación de la cultura requiere de ciertas condiciones, como veremos más adelante, pero exige, ante todo, sustancia en los contenidos, densidad en los significados potenciales que se propondrán para extraer de ellos significados relevantes para el sujeto. Es tan vasto lo que hay que acometer que no deberíamos detenernos en lo superficial. No siempre lo que la escuela ha convertido en ritos relevantes en su currículum lo es en realidad, ni todo lo que ha desconsiderado es irrelevante. El saber legado por dicha tradición, en el cual puede y debe especializarse la escuela es, fundamentalmente, aquél que refleja las elaboraciones más valiosas de la cultura o del conocimiento universal —en la medida en que pueda ser considerado como tal— que no son accesibles a través de la experiencia directa. Lo específico de la escuela no es sólo facilitar la entrada en ese mundo cultural para participar de él, sino que su singularidad está en el poder permitirnos ensanchar la experiencia disponible, propiciar la superación de la cultura que nos es accesible de manera inmediata. La cultura depositada está disponible para los sujetos para que puedan acceder a ella por sí mismos, aunque tiene que ser la enseñanza la que capacite para ejercer el autodidactismo. Es preciso disponer de una selección de contenidos potente, representativa de los grandes campos del saber codificado y de la tradición cultural, con gran densidad significativa potencial, que facilite la descodificación del mundo de la naturaleza, de la sociedad y de la cultura misma, pero respetuosa con la pluralidad de tradiciones culturales, puntos de vista e intereses intelectuales presentes y deseables en una sociedad abierta. El currículum que respete esos principios tendrá que ser un currículum públicamente discutido, dialogado entre quienes tengan voz para poder argumentar racionalmente, porque sólo de la razón dialogante pueden derivarse compromisos aceptados por todos, aunque sea de manera siempre provisional. Este sentido cultural denso de la escuela es especialmente valioso y necesario para los que tienen posiciones más débiles en la desigual distribución del capital cultural, en una sociedad en la que se producen desiguales oportunidades de acceso a los saberes, quienes, paradójicamente, son los que más fracasan. Ellos son los que menos posibilidades tienen de penetrar en el mundo cultural complejo, si no cuentan con la ayuda de la agencia distribuidora de conocimiento que es la escuela, la cual, aunque no sea totalmente igualadora, es la menos desigual de las que conocemos.
Un sujeto dotado de las herramientas básicas para penetrar en el mundo cultural.
La lectura es la tarea pedagógica fundamental para penetrar en ese mundo codificado. Si la cultura nos constituye en seres humanos y nos inserta creativamente en una tradición, si una parte esencial de la misma es la que se halla depositada para ser interpretada constantemente en codificaciones escritas, las lecturas que hagamos son los materiales de nuestra propia construcción como animales culturales. Educación y ejercicio de la lectura son una misma realidad.
La lectura ya no es sólo la herramienta de apropiación de los materiales que sirven para la construcción cultural de nuestras capacidades, sino que presta forma al intelecto y a la reflexión.
La lectura es un diálogo entre el que lee y lo escrito; pensar es, desde PLATÓN, dialogar consigo mismo. La lectura sustanciosa lo que hace es proporcionar argumentos y vivencias a ese diálogo interiorizado, dotándolo de rigor y de altura de miras, porque leer es desplegar los argumentos, puntos de vista, vivencias y sentimientos contenidos en lo leído, poniéndolos en relación con los del que lee.
No sólo en las escuelas se lee, claro está, y, acaso, lamentablemente, en ellas se lea menos que en otros lugares y momentos, aunque es allí donde la mayoría descubre el valor de la herramienta que comentamos, donde aprende a darle un uso con fines de aprendizaje y de reflexión que después podrá perfeccionar y alimentar fuera ya del tiempo de la escolarización. El perfeccionamiento de este potente mecanismo cultural tiene que llegar al suficiente nivel de dominio y provocar experiencias motivadoras, para que pueda ser ejercido de manera autónoma, una vez que los sujetos acaben su tiempo en las escuelas.
Respecto de la escritura, la experiencia escolar es más determinante que en el caso de la lectura. Escribir es comunicar, estructurar argumentos, activar nuestro léxico para encontrar las palabras que expresen lo que queremos decir y la forma de articularlas que mejor expresen nuestro pensamiento.
En la educación obligatoria, desgraciadamente, la lectura y la escritura no tienen el lugar que les corresponde, ni se propicia suficientemente el que sean lo que antropológicamente posibilitan; hasta pueden ser utilizadas de manera que provocan aversión a su uso, en tanto llegan a utilizarse como instrumentos del estudio aburrido o para realizar trabajos rutinarios y tediosos; incluso llegan a convertirse en una forma de castigo.

La cultura escolar sustanciosa y densa tienen que ser subjetivada y atractiva para formar
parte de los sujetos

La fe en el progreso que supone considerar que la cultura y la razonabilidad dotan al hombre de una segunda naturaleza es uno de los pilares que sustentan el sentido de la escolaridad obligatoria.
La educación, opina BRUNER (1997), es una forma de vivir la cultura, no de almacenarla; es hacer de ésta tejido de nuestro pensamiento, herramienta utilizable para otras adquisiciones.
La clave de la pedagogía reside en ver si tiene lugar o no y en qué condiciones ocurre el nexo entre la cultura objetivada y la estructura mental y de la personalidad de los que aprenden. Si esa conexión falla, no hay calidad en el proceso y todo el edificio se cae y queda sin sentido.
El manido tema del fracaso escolar de los estudiantes puede estar ocultando, como ya comentamos, el fracaso cultural de las escuelas, que es algo más grave. El fracaso del alumno está determinado por la insuficiencia de su actuación respecto de la norma establecida. El fracaso cultural se refiere a la improcedencia de esas normas, a su falta de relevancia, actualidad o sentido; este fracaso puede afectar a los fracasados escolares y a los que superan las normas establecidas y acaban con éxito la escolarización.

La cultura escolar tiene que aprovechar la variedad y riqueza de los depósitos a través de los que ella puede sernos accesible. 

Los lectores tuvieron a su alcance mayor disponibilidad de contenidos, más variedad en los mismos y más independencia para conectar y dialogar con las ideas. Las voces legitimadas por la letra impresa se multiplicaron. Al mismo tiempo que la imprenta difunde lo publicado, a la vez también selecciona entre textos disponibles o posibles gracias a los mecanismos de control que se ejercen a través de ella. Con la difusión de las técnicas de impresión, más variedad de voces adquirieron autoridad y, sobre todo, mayor proyección pública. Una transformación que sería esencial para las instituciones educativas, al tiempo que aumentaba su potencialidad y su poder para seleccionar los contenidos sobre los que leer. El reto cultural que presentaba la nueva situación a las instituciones escolares tenía una doble posibilidad: o bien daban acceso a la multiplicidad de mensajes que la expansión de los contenidos legibles posibilitaba, gracias a los nuevos avances, o bien debía “especializarse” en ciertas lecturas, relegando el resto a las prácticas culturales extra y para escolares. Las bibliotecas escolares —recurso de la variedad de mensajes escritos, por excelencia— ni están suficientemente nutridas, ni la mayoría de las veces son profusamente utilizadas. Las nuevas tecnologías que asocian las computadoras con las tecnologías de la comunicación profundizan en los mismos efectos que trajo la imprenta y la industria de la edición. El aprendizaje escolar de calidad ha de saber aprovechar la diversidad de fuentes de cultura existentes y fundamentar la capacidad de seleccionar las más sustanciosas, para hacer de la escuela un espacio motivador proclive a la subjetivación de una cultura cada vez más disponible fuera de las escuelas.  

El alumno que aprende es un ser singular al que apoyar en su autonomía. 

Libertad y cultura o instrucción son objetivos educativos interdependientes que no pueden realizarse si no van unidos. Ser aceptablemente cultivado es condición para insertarse en el mundo y comprenderlo, ser autónomo y obrar con criterio propio y aceptar responsablemente la limitación es que impone la libertad de los demás. La libertad asentada en la educación es el único camino para la autonomía del individuo, para huir de la heteronomía que supone la exclusión y la dependencia de los no instruidos. “utilidad” de la cultura que se convierte en parte del tejido experiencial de los individuos va más allá del logro de la transmisión eficaz de una tradición y de los conocimientos valiosos, de la formación de inteligencias bien pertrechadas o de la capacitación para el mundo del trabajo. El aprendizaje de contenidos que se convierten en capacidades del sujeto y la habilidad perfeccionada de aprender potencian la libertad a largo plazo, con la educación obligatoria, estamos ayudando a configurarse a un ser autónomo al que hay que darle grados adecuados de autonomía para que sepa valorar la libertad y aprenda a usarla.  

La educación ilustradora requiere un clima que posibilite la expansión creadora

La inteligencia, la creatividad, la expansión de las posibilidades de cada uno, el crecimiento individual, el sujeto que se va perfilando como identidad única, requieren de un clima no amenazador para que el crecimiento que propicia la interacción del individuo con la cultura no tenga que sustraer energías para defenderse o para resistir.

La escuela es un aparato culturalizado artificial, que en sus cometidos no se asemeja a otras esferas que realizan las labores de socialización de manera espontánea.
Esfuerzo y disciplina son compatibles con un clima de relaciones interpersonales e institucionales cargados de racionalidad y desprovistos de temores e inhibiciones.
La sacralización de los contenidos, la de la autoridad que los imparte, la negación de la libertad y de la singularidad del sujeto que aprende, las carencias de democracia escolar han conformado con excesiva frecuencia una pedagogía autoritaria que ha producido efectos de currículum oculto claramente negativos. La apuesta utópica ilustrada tiene que ser compatible con los valores de democracia, de libertad y de respeto a los derechos de quienes aprenden y a las condiciones para que esos aprendizajes ocurran de la mejor forma posible.

Profesores de calidad para la educación obligatoria.

La educación obligatoria es la base cultural de un país o de un pueblo. Invertir recursos en ella interesa por muchos motivos.
La contestación a las preguntas de qué deben ser y cómo deben actuar los profesores depende de consideraciones sobre su formación pedagógica, su bagaje cultural, sus cualidades personales, su status social, las condiciones y regulaciones de su trabajo, su ética profesional, la percepción que tienen de sí mismos como profesionales o educadores. Todo eso define sus actuaciones y la calidad de su enseñanza. Los profesores deben tener autonomía profesional pero no el derecho absoluto a determinar su práctica, lo mismo que el médico no debe tener el poder absoluto de decidir lo que es la vida saludable. Comparten con otros agentes la responsabilidad de educar dentro de un modelo del que la sociedad entera es responsable.                                                                                
 Fue siempre una creencia del sentido común, reiteradamente confirmada por la investigación, que el profesorado es el elemento central de una cadena de factores y condiciones que fundamentan la calidad de la educación. Sin profesores no hay educación. Sin profesorado de calidad no hay educación de calidad. Puede haber otra cosa, pero no educación. Puede darse buena comunicación de información sin mediaciones humanas directas, una vez que se han alcanzado las habilidades para obtenerla.                                                                                                                                      
Otras medidas de política educativa, otros medios e innovaciones, podrán mejorar la educación: medios más abundantes, nuevos materiales curriculares, nuevas tecnologías, menores ratios de estudiantes por profesor, etc.                                                                                                                                 
   ¿Qué significado y qué contenidos tiene esa capacitación? Desde luego, no es éste el lugar para realizar la discusión al respecto, pero tres cosas nos parecen básicas. Primera, que transmitir o ayudar a que otros aprendan algo exige el dominio de amplias áreas de la cultura. La discusión y la investigación pedagógicas, específicamente las que se refieren a los profesores, se mueven con demasiada frecuencia en un marco que no suele conceder importancia a los contenidos de cultura. El mandato que se deduce para los profesores desde el programa ilustrado es que ellos deben ser ilustrados.                                                                                  
Son precisos profesores bien cultivados, dotados de sensibilidad y buen sentido común pedagógico, adecuadamente seleccionados, continuamente perfeccionados, profesionalmente motivados, que puedan vivir con dignidad de su profesión y que se sientan política, familiar y socialmente apoyados en su misión, para poder lograr sistemas educativos de calidad. Cuando se evalúan los sistemas educativos, las diferencias entre países son, en ocasiones, difíciles de explicar si no se apela a estas variables, algunas de las cuales son un tanto intangibles.

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