lunes, 24 de octubre de 2016

PORTADA






CENTRO REGIONAL DE EDUCACIÓN NORMAL
                                                                            
                "Marcelo Rubio Ruiz"

PANORAMA ACTUAL DE LA EDUCACIÓN EN MÉXICO


CAPITULO VI: "LA OBLIGATORIA: un proyecto y una realidad social que es preciso llenar de contenidos y de prácticas pedagógicas adecuadas

  Maestra:


 Alma Delfina González 

Alumnos:

Sinahi Gizel Montelongo Murillo
Yanitza Malibet Fernandez Martinez
Ulises Arvizu de los Santos
Olga Natali Solorzano Loera
Eduardo Adolfo Sanchez Santos
Emily Pérez Melendez
Paola Martínez Flores
Marilyn Carolina Reyes Villa
Deyanira Valdez Falcon


Grado y Grupo:



1ro "A"

CAPITULO VI

La educación obligatoria: un proyecto y una realidad social que es preciso llenar de contenidos y de prácticas pedagógicas adecuadas

Las decisiones acerca de qué es conveniente enseñar se fundamentan en algunas razones básicas: 1) la visión que se tenga de la naturaleza humana y de sus necesidades, 2) las funciones que se considera ha de cumplir la educación en un nivel o especialidad determinados, y 3) la valoración de los contenidos considerados relevantes en una determinada cultura y en un momento dado; porque no todo lo que comprende la cultura tiene que ser contemplado por las escuelas. En demasiadas ocasiones hacemos aquello que se ha venido haciendo, sin que su justificación primera tenga demasiado sentido en la actualidad. Las tradiciones crean hábitos que tienden a hacerlas pervivir más allá del tiempo en que tuvieron sentido y vigencia, convirtiéndolas en obsoletas. Partiendo de la consideración de esas tres razones, no es fácil establecer criterios irrebatibles para concretar una propuesta de currículum, puesto que en las sociedades plurales existe variedad de puntos de vista al respecto. Tratándose de la enseñanza obligatoria, este tema no es menor, ni mucho menos, siendo preciso considerar la importancia de las opciones que se tomen, porque éste es un problema de verdadera trascendencia social que se debe resolver adecuadamente. De ahí que, para aclarar los criterios que hay que respetar, es preciso, en una sociedad democrática, tolerar y establecer procedimientos de discusión y diálogo para llegar a propuestas razonables.
Para ese diálogo, ofrecemos, por nuestra parte, una serie de consideraciones de carácter orientador, que puedan fundamentar una propuesta razonable acerca de qué compete a la educación obligatoria: A la educación obligatoria le compete la educación general, La especialización educativa de las escuelas, Una enseñanza obligatoria con contenido valioso, Un sujeto dotado de las herramientas básicas para penetrar en el mundo cultural, La cultura escolar sustanciosa y densa tiene que ser subjetivada y atractiva para formar parte de los sujetos, La cultura escolar tiene que aprovechar la variedad y riqueza de los depósitos a través de los que ella puede sernos accesible, El alumno que aprende es un ser singular al que apoyar en su autonomía, La educación ilustradora requiere un clima que posibilite la expansión creadora, Profesores de calidad para la educación obligatoria.

A la educación obligatoria le compete la educación general

La complejidad de finalidades que tiene la escolarización, como pudimos ver, nos pone ante la ineludible condición de pensarla en tanto que proyecto que deberá ocuparse de diferentes aspectos del ser humano, de la cultura y de la sociedad a la hora de seleccionar sus contenidos, las actividades a realizar y el trato que debe mantenerse con los educandos.

... puesto que toda la vida depende de la primera edad y de su educación, se habrá perdido si todos los espíritus no fuesen aquí preparados para todas las cosas de la vida. Y como en el útero materno se
forman a cada hombre los mismos miembros, manos, pies, lengua, etc., aunque todos no han de ser artesanos, corredores, escribientes u oradores, así en la escuela deberán enseñarse a todos cuantas
cosas hacen referencia al hombre completo, aunque unas hayan de ser después de mayor uso para unos que para otros.

Afirmaba COMENIUS que hay que preparar para todas las cosas de la vida, independientemente de lo que se vaya a ser en ella; han de enseñarse las cosas que hacen referencia al hombre completo.
Éste es el problema: educar y enseñar para la globalidad única, aunque multidimensional, del alumno, contemplando su desenvolvimiento en el panorama de una historia que le lega una cultura rica, variada y múltiple. Hay que enseñar y hay que educar para alcanzar la meta de la educación general, prestando atención a todas las dimensiones de la persona humana que son susceptibles de mejorarse.
Aun con todo, la experiencia que debe proporcionar la educación obligatoria debe seguir siendo general, que es lo mismo que decir que debe ser una experiencia variada para cultivar las posibilidades múltiples de cada sujeto. La escolarización obligatoria tiene que ser, necesariamente, multifuncional. Este principio encuentra su apoyo en la condición antropológica del ser humano en tanto que ser cultural abierto a infinitas posibilidades, así como en el carácter polifónico de la cultura. El ser que inevitablemente está llamado a crecer es susceptible de tener experiencias múltiples.
La diversidad de la experiencia, la de la cultura, la de los seres humanos, la de sus cualidades, nos reclaman curricular, métodos, ambientes de aprendizaje y procedimientos susceptibles de absorber las diferencias, estimular ciertas diferenciaciones y romper, ante todo, el monolitismo de algunas tradiciones escolares cercenadoras de la diversificación enriquecedora.
La escolaridad obligatoria tiene funciones sociales que cumplir, pero su mejor razón de ser para la sociedad es ser por sí misma creadora de seres humanos; es decir: tener un propósito propio que defender para hacer algo mejor a la sociedad en aquello que creamos debe ser mejorada. 

La especialización educativa de las escuelas

La función cultural especializada de las escuelas tiene que insertarse en todo eso, sin perder su objetivo básico.
Desde un punto de vista antropológico, cultura es todo lo que elabora y ha elaborado el ser humano, desde la más sublime música o la literatura hasta las formas de destruirse a sí mismo y las técnicas de tortura, el arte, la ciencia, el lenguaje, las costumbres, los hábitos de vida, los sistemas morales, las instituciones sociales, las creencias, las religiones, las formas de trabajar. 

¿La educación escolar es el instrumento para propagar ese sentido de la cultura e insertar a los sujetos en ella? En cierto modo sí, pero con algunos matices. El primero, consiste en comprender que el tiempo y los medios de que disponen las escuelas no permiten cumplir con tan exigente carga. La escuela, además, como ya se ha comentado, ni está, ni debe estar sola. El segundo, consiste en hacer la salvedad de que las escuelas, que son instituciones reflexivas y agentes que tienen que procurar la mejora de la condición humana, tendrán que filtrar la cultura a la que van a dedicar sus esfuerzos, de acuerdo con una cierta ética cultural que distinga lo que es digno de propagarse, qué no lo es y qué es discutible. El relativismo cultural y moral en términos absolutos no cabe en educación ni lo practica ninguna sociedad. El problema es el de establecer qué criterios componen esa ética, quién los determina y cómo se hace la selección del currículum.

La escuela es un lugar privilegiado en el que la cultura es diseccionada, escrutada, analizada; es decir, “estudiada”i11. No es el único lugar donde este aprendizaje reflexivo y crítico ocurre, pero sí es un lugar donde puede hacerse para todos, a ritmos adecuados, con personas más preparadas y de acuerdo con las posibilidades del estudiante. Creemos que ésta debe ser la síntesis entre los compromisos que la escuela debe mantener con la autonomía del sujeto y con la cultura. Un equilibrio que nos hará esquivar los peligros del fundamentalismo cultural (la cultura como esfera en la que quedar preso por considerarla un legado intocable) y el academicismo de los aprendizajes superficiales.

El proyecto moderno de educación parte de una cierta, aunque no exclusiva ni excluyente, especialización de las escuelas en la función de penetrar y de mostrar reflexiva y críticamente el mundo, lo que ha sido, cómo ha sido interpretado y cómo fue sentido. Esta misión la desarrolla gracias a la utilización de diferentes
fórmulas de comunicación que actúan de manera independiente o, más frecuentemente, entrelazadas unas con otras:
1)La comunicación interpersonal directa de experiencias, vivencias y visiones personales, por medio de la narración oral y del diálogo; tan útil en el medio escolar como lo es fuera de él.
2)El contacto directo con la realidad natural, social y con los objetos creados es otra posibilidad de aprender cultura, la cual está presente en edificios, obras u objetos hechos por el hombre y en las realidades naturales modificadas por él. Educar requiere tener experiencias directas con el mundo, mostrar para entender,
analizar y enriquecerse.
3)El medio educativo por antonomasia para la transmisión de la cultura elaborada y codificada lo constituye la lecto-escritura, que abre enormemente la comunicación en el tiempo, en el espacio y en cuanto a la variedad de contenidos disponibles.

UNA ENSEÑANZA OBLIGATORIA CON CONTENIDO VALIOSO

La escuela se justifica como aparato difusor y creador de cultura en los sujetos en tanto que sea capaz de difundir eficientemente aquella tradición, aquellos contenidos y habilidades para los que está más preparada que las demás esferas de socialización: la familia, los medios de comunicación, la comunidad, etc. El proyecto moderno de educación valora la acumulación del saber en las más variadas facetas de la cultura y quiere difundir ese bagaje a las generaciones que se suceden. Sin tradición que transmitir no hay educación posible.  los “textos” heredados (narraciones que nos acercan a lo que ha sido realizado, pensado y sentido), que sabemos son plurales, y que los consideramos susceptibles de múltiples lecturas y de ser vueltos a escribir. Es decir, que la educación ilustradora se ocupa también de la posibilidad de criticar la tradición y de reivindicar olvidos.
La educación prepara para entender y participar en el mundo al proporcionar la cultura que lo compone y su historia, transformándola en cultura asimilada subjetivamente, lo cual da la forma que nuestra presencia tiene ante los bienes culturales. Se aprende cultura en las escuelas no para reproducirla ni para ser deslumbrado por ella, sino para que sea alimento de la subjetividad. A eso llamamos saber, a la forma de apropiación personal de la cultura. La calidad en la experiencia cultural vivida es la preparación más real y útil que puede y debería propiciar la educación. El proceso de subjetivación de la cultura requiere de ciertas condiciones, como veremos más adelante, pero exige, ante todo, sustancia en los contenidos, densidad en los significados potenciales que se propondrán para extraer de ellos significados relevantes para el sujeto. Es tan vasto lo que hay que acometer que no deberíamos detenernos en lo superficial. No siempre lo que la escuela ha convertido en ritos relevantes en su currículum lo es en realidad, ni todo lo que ha desconsiderado es irrelevante. El saber legado por dicha tradición, en el cual puede y debe especializarse la escuela es, fundamentalmente, aquél que refleja las elaboraciones más valiosas de la cultura o del conocimiento universal —en la medida en que pueda ser considerado como tal— que no son accesibles a través de la experiencia directa. Lo específico de la escuela no es sólo facilitar la entrada en ese mundo cultural para participar de él, sino que su singularidad está en el poder permitirnos ensanchar la experiencia disponible, propiciar la superación de la cultura que nos es accesible de manera inmediata. La cultura depositada está disponible para los sujetos para que puedan acceder a ella por sí mismos, aunque tiene que ser la enseñanza la que capacite para ejercer el autodidactismo. Es preciso disponer de una selección de contenidos potente, representativa de los grandes campos del saber codificado y de la tradición cultural, con gran densidad significativa potencial, que facilite la descodificación del mundo de la naturaleza, de la sociedad y de la cultura misma, pero respetuosa con la pluralidad de tradiciones culturales, puntos de vista e intereses intelectuales presentes y deseables en una sociedad abierta. El currículum que respete esos principios tendrá que ser un currículum públicamente discutido, dialogado entre quienes tengan voz para poder argumentar racionalmente, porque sólo de la razón dialogante pueden derivarse compromisos aceptados por todos, aunque sea de manera siempre provisional. Este sentido cultural denso de la escuela es especialmente valioso y necesario para los que tienen posiciones más débiles en la desigual distribución del capital cultural, en una sociedad en la que se producen desiguales oportunidades de acceso a los saberes, quienes, paradójicamente, son los que más fracasan. Ellos son los que menos posibilidades tienen de penetrar en el mundo cultural complejo, si no cuentan con la ayuda de la agencia distribuidora de conocimiento que es la escuela, la cual, aunque no sea totalmente igualadora, es la menos desigual de las que conocemos.
Un sujeto dotado de las herramientas básicas para penetrar en el mundo cultural.
La lectura es la tarea pedagógica fundamental para penetrar en ese mundo codificado. Si la cultura nos constituye en seres humanos y nos inserta creativamente en una tradición, si una parte esencial de la misma es la que se halla depositada para ser interpretada constantemente en codificaciones escritas, las lecturas que hagamos son los materiales de nuestra propia construcción como animales culturales. Educación y ejercicio de la lectura son una misma realidad.
La lectura ya no es sólo la herramienta de apropiación de los materiales que sirven para la construcción cultural de nuestras capacidades, sino que presta forma al intelecto y a la reflexión.
La lectura es un diálogo entre el que lee y lo escrito; pensar es, desde PLATÓN, dialogar consigo mismo. La lectura sustanciosa lo que hace es proporcionar argumentos y vivencias a ese diálogo interiorizado, dotándolo de rigor y de altura de miras, porque leer es desplegar los argumentos, puntos de vista, vivencias y sentimientos contenidos en lo leído, poniéndolos en relación con los del que lee.
No sólo en las escuelas se lee, claro está, y, acaso, lamentablemente, en ellas se lea menos que en otros lugares y momentos, aunque es allí donde la mayoría descubre el valor de la herramienta que comentamos, donde aprende a darle un uso con fines de aprendizaje y de reflexión que después podrá perfeccionar y alimentar fuera ya del tiempo de la escolarización. El perfeccionamiento de este potente mecanismo cultural tiene que llegar al suficiente nivel de dominio y provocar experiencias motivadoras, para que pueda ser ejercido de manera autónoma, una vez que los sujetos acaben su tiempo en las escuelas.
Respecto de la escritura, la experiencia escolar es más determinante que en el caso de la lectura. Escribir es comunicar, estructurar argumentos, activar nuestro léxico para encontrar las palabras que expresen lo que queremos decir y la forma de articularlas que mejor expresen nuestro pensamiento.
En la educación obligatoria, desgraciadamente, la lectura y la escritura no tienen el lugar que les corresponde, ni se propicia suficientemente el que sean lo que antropológicamente posibilitan; hasta pueden ser utilizadas de manera que provocan aversión a su uso, en tanto llegan a utilizarse como instrumentos del estudio aburrido o para realizar trabajos rutinarios y tediosos; incluso llegan a convertirse en una forma de castigo.

La cultura escolar sustanciosa y densa tienen que ser subjetivada y atractiva para formar
parte de los sujetos

La fe en el progreso que supone considerar que la cultura y la razonabilidad dotan al hombre de una segunda naturaleza es uno de los pilares que sustentan el sentido de la escolaridad obligatoria.
La educación, opina BRUNER (1997), es una forma de vivir la cultura, no de almacenarla; es hacer de ésta tejido de nuestro pensamiento, herramienta utilizable para otras adquisiciones.
La clave de la pedagogía reside en ver si tiene lugar o no y en qué condiciones ocurre el nexo entre la cultura objetivada y la estructura mental y de la personalidad de los que aprenden. Si esa conexión falla, no hay calidad en el proceso y todo el edificio se cae y queda sin sentido.
El manido tema del fracaso escolar de los estudiantes puede estar ocultando, como ya comentamos, el fracaso cultural de las escuelas, que es algo más grave. El fracaso del alumno está determinado por la insuficiencia de su actuación respecto de la norma establecida. El fracaso cultural se refiere a la improcedencia de esas normas, a su falta de relevancia, actualidad o sentido; este fracaso puede afectar a los fracasados escolares y a los que superan las normas establecidas y acaban con éxito la escolarización.

La cultura escolar tiene que aprovechar la variedad y riqueza de los depósitos a través de los que ella puede sernos accesible. 

Los lectores tuvieron a su alcance mayor disponibilidad de contenidos, más variedad en los mismos y más independencia para conectar y dialogar con las ideas. Las voces legitimadas por la letra impresa se multiplicaron. Al mismo tiempo que la imprenta difunde lo publicado, a la vez también selecciona entre textos disponibles o posibles gracias a los mecanismos de control que se ejercen a través de ella. Con la difusión de las técnicas de impresión, más variedad de voces adquirieron autoridad y, sobre todo, mayor proyección pública. Una transformación que sería esencial para las instituciones educativas, al tiempo que aumentaba su potencialidad y su poder para seleccionar los contenidos sobre los que leer. El reto cultural que presentaba la nueva situación a las instituciones escolares tenía una doble posibilidad: o bien daban acceso a la multiplicidad de mensajes que la expansión de los contenidos legibles posibilitaba, gracias a los nuevos avances, o bien debía “especializarse” en ciertas lecturas, relegando el resto a las prácticas culturales extra y para escolares. Las bibliotecas escolares —recurso de la variedad de mensajes escritos, por excelencia— ni están suficientemente nutridas, ni la mayoría de las veces son profusamente utilizadas. Las nuevas tecnologías que asocian las computadoras con las tecnologías de la comunicación profundizan en los mismos efectos que trajo la imprenta y la industria de la edición. El aprendizaje escolar de calidad ha de saber aprovechar la diversidad de fuentes de cultura existentes y fundamentar la capacidad de seleccionar las más sustanciosas, para hacer de la escuela un espacio motivador proclive a la subjetivación de una cultura cada vez más disponible fuera de las escuelas.  

El alumno que aprende es un ser singular al que apoyar en su autonomía. 

Libertad y cultura o instrucción son objetivos educativos interdependientes que no pueden realizarse si no van unidos. Ser aceptablemente cultivado es condición para insertarse en el mundo y comprenderlo, ser autónomo y obrar con criterio propio y aceptar responsablemente la limitación es que impone la libertad de los demás. La libertad asentada en la educación es el único camino para la autonomía del individuo, para huir de la heteronomía que supone la exclusión y la dependencia de los no instruidos. “utilidad” de la cultura que se convierte en parte del tejido experiencial de los individuos va más allá del logro de la transmisión eficaz de una tradición y de los conocimientos valiosos, de la formación de inteligencias bien pertrechadas o de la capacitación para el mundo del trabajo. El aprendizaje de contenidos que se convierten en capacidades del sujeto y la habilidad perfeccionada de aprender potencian la libertad a largo plazo, con la educación obligatoria, estamos ayudando a configurarse a un ser autónomo al que hay que darle grados adecuados de autonomía para que sepa valorar la libertad y aprenda a usarla.  

La educación ilustradora requiere un clima que posibilite la expansión creadora

La inteligencia, la creatividad, la expansión de las posibilidades de cada uno, el crecimiento individual, el sujeto que se va perfilando como identidad única, requieren de un clima no amenazador para que el crecimiento que propicia la interacción del individuo con la cultura no tenga que sustraer energías para defenderse o para resistir.

La escuela es un aparato culturalizado artificial, que en sus cometidos no se asemeja a otras esferas que realizan las labores de socialización de manera espontánea.
Esfuerzo y disciplina son compatibles con un clima de relaciones interpersonales e institucionales cargados de racionalidad y desprovistos de temores e inhibiciones.
La sacralización de los contenidos, la de la autoridad que los imparte, la negación de la libertad y de la singularidad del sujeto que aprende, las carencias de democracia escolar han conformado con excesiva frecuencia una pedagogía autoritaria que ha producido efectos de currículum oculto claramente negativos. La apuesta utópica ilustrada tiene que ser compatible con los valores de democracia, de libertad y de respeto a los derechos de quienes aprenden y a las condiciones para que esos aprendizajes ocurran de la mejor forma posible.

Profesores de calidad para la educación obligatoria.

La educación obligatoria es la base cultural de un país o de un pueblo. Invertir recursos en ella interesa por muchos motivos.
La contestación a las preguntas de qué deben ser y cómo deben actuar los profesores depende de consideraciones sobre su formación pedagógica, su bagaje cultural, sus cualidades personales, su status social, las condiciones y regulaciones de su trabajo, su ética profesional, la percepción que tienen de sí mismos como profesionales o educadores. Todo eso define sus actuaciones y la calidad de su enseñanza. Los profesores deben tener autonomía profesional pero no el derecho absoluto a determinar su práctica, lo mismo que el médico no debe tener el poder absoluto de decidir lo que es la vida saludable. Comparten con otros agentes la responsabilidad de educar dentro de un modelo del que la sociedad entera es responsable.                                                                                
 Fue siempre una creencia del sentido común, reiteradamente confirmada por la investigación, que el profesorado es el elemento central de una cadena de factores y condiciones que fundamentan la calidad de la educación. Sin profesores no hay educación. Sin profesorado de calidad no hay educación de calidad. Puede haber otra cosa, pero no educación. Puede darse buena comunicación de información sin mediaciones humanas directas, una vez que se han alcanzado las habilidades para obtenerla.                                                                                                                                      
Otras medidas de política educativa, otros medios e innovaciones, podrán mejorar la educación: medios más abundantes, nuevos materiales curriculares, nuevas tecnologías, menores ratios de estudiantes por profesor, etc.                                                                                                                                 
   ¿Qué significado y qué contenidos tiene esa capacitación? Desde luego, no es éste el lugar para realizar la discusión al respecto, pero tres cosas nos parecen básicas. Primera, que transmitir o ayudar a que otros aprendan algo exige el dominio de amplias áreas de la cultura. La discusión y la investigación pedagógicas, específicamente las que se refieren a los profesores, se mueven con demasiada frecuencia en un marco que no suele conceder importancia a los contenidos de cultura. El mandato que se deduce para los profesores desde el programa ilustrado es que ellos deben ser ilustrados.                                                                                  
Son precisos profesores bien cultivados, dotados de sensibilidad y buen sentido común pedagógico, adecuadamente seleccionados, continuamente perfeccionados, profesionalmente motivados, que puedan vivir con dignidad de su profesión y que se sientan política, familiar y socialmente apoyados en su misión, para poder lograr sistemas educativos de calidad. Cuando se evalúan los sistemas educativos, las diferencias entre países son, en ocasiones, difíciles de explicar si no se apela a estas variables, algunas de las cuales son un tanto intangibles.

jueves, 20 de octubre de 2016

PORTADA







CENTRO REGIONAL DE EDUCACIÓN NORMAL
                                                                            
                 "Marcelo Rubio Ruiz"

PANORAMA ACTUAL DE LA EDUCACIÓN EN MÉXICO


CAPITULO V: "lA OBLIGATORIA: UNA ESCOLARIDAD IGUAL PARA SUJETOS DIFRENTES" 

Maestra:

 Alma Delfina González 

Alumnas:

Sinahi Gizel Montelongo Murillo
Yanitza Malibet Fernandez Martinez
Ulises Arvizu de los Santos
Olga Natali Solorzano Loera
Eduardo Adolfo Sanchez Santos


Grado y Grupo:

1ro "A"

CAPITULO V

LA EDUCACIÓN OBLIGATORIA: UNA ESCOLARIDAD IGUAL PARA SUJETOS DIFERENTES EN UNA ESCUELA COMÚN.


Una vez que se han explicitado los grandes objetivos y las funciones generales de la educación obligatoria, elevada a la categoría de derecho social universal, ahora nos resta comentar los grandes temas que deben afrontarse para hacer operativo ese derecho y los problemas que desencadena.
Y puesto que hay un fin único para toda ciudad, es manifiesto también que la educación debe necesariamente ser única y la misma para todos, y que el cuidado de ella debe ser común y no privado, como lo es actualmente cuando cada uno cuida privadamente de sus propios hijos... (ARISTÓTELES, 1988, Política, pág. 456.) 
WALZER (1993) denomina igualdad simple (una enseñanza con contenidos y fines comunes), obliga a aceptar el reto de hacer compatible en la escolaridad obligatoria un proyecto válido para todos con la realidad de la diversidad. Como hemos comentado en apartados anteriores, la escuela, durante la etapa de la escolaridad obligatoria, debe ser integradora de todos o, encaso contrario, traicionará el derecho universal a la educación. Plantear el problema de la diversidad y de la diferencia en y ante la educación supone enfrentarse con retos y ámbitos de significado muy polivalentes: la lucha contra las desigualdades, el problema de la escuela única interclasista, la crisis de los valores y del conocimiento tenidos por universales, las respuestas ante la multiculturalidad y la integración de minorías, la educación frente al racismo o el sexismo, las proyecciones del nacionalismo en las escuelas, la convivencia entre las religiones y las lenguas, la lucha por la escuela para la autonomía de los individuos, los debates “científicos” sobre el desarrollo psicológico y sus proyecciones en el aprendizaje, la polémica sobre la educación comprensiva, las posibilidades de mantener en unas mismas aulas a estudiantes con diferentes capacidades y ritmos de aprendizaje, además de la revisión de las rigideces del actual sistema escolar y de sus prácticas. No pueden agotarse, pues, en este espacio tal variedad de perspectivas. Nos limitaremos a plantear algunas de especial relevancia para los profesores: La naturalidad de las diferencias, La diversidad se convierte en problema, El gusto por la norma o el nivel, Graduar la escuela obligatoria facilita el progreso ordenado, pero regula un ritmo para los estudiantes que son desiguales, Formas de abordar la complejidad provocada por la diversidad, La escuela pública y comprensiva como respuesta a las desigualdades y a las diferencias.

La naturalidad de las diferencias

La consideración de la diversidad humana es una constante en la historia de los sistemas escolares, en el pensamiento en general y en el educativo, en particular, en permanente relación dialéctica con la proclamación de la universalidad de la naturaleza humana, de la que se deduce, entre otras cosas, el derecho a recibir la enseñanza en condiciones de igualdad. De cómo se entienda la universalidad y de hasta dónde se quieran llevar sus implicaciones, o en qué aspecto se respete la diversidad, dependen las respuestas que se pueden dar al problema que nos ocupa. Distinguir a los estudiantes por su ingenio, tratarlos y agruparlos según sus características, sus habilidades, etc., son prácticas inherentes al desarrollo de la sensibilidad pedagógica.
En la escuela, como en la vida exterior a ella, existe la heterogeneidad. La diferencia es lo normal. Si variedad intraindividual e interindividual son normales y son manifestaciones de la riqueza de los seres humanos, deberíamos estar acostumbrados a vivir con ella y a desenvolvernos en esa realidad. Así lo hacemos en la vida social, en la familia, y en cualquier ámbito de la vida, expresando nuestra particular idiosincrasia y aceptando la de los demás.
Es preciso plantear en otra dimensión la diversidad entre y en los sujetos escolarizados. Además de significar la riqueza de la singularidad, de la “biodiversidad” humana y cultural, hace también alusión a la desigualdad, en tanto existen singularidades de sujetos o de grupos que les permiten alcanzar objetivos educativos en desigual medida. La diferencia no sólo es una manifestación del ser irrepetible que es cada uno, sino que, en muchos casos, lo es de poder llegar a ser, de tener más o menos posibilidades de ser y de participar de los bienes sociales, económicos y culturales. Lo diverso, en condiciones de igualdad, es tolerable y, en ocasiones, deseable; la desigualdad ha de ser corregida si admitimos la universalidad del derecho a la educación. Consideramos que no son tolerables las diferencias que supongan desigualdades entre individuos o entre grupos de humanos. Sólo las diferencias y las prácticas que las protegen que no desigualen o toleren la desigualdad pueden admitirse en la escolaridad obligatoria (GIMENO, 1995). La diversidad algunas veces habrá que desconsiderarla, en otras habrá que corregirla y en muchos casos debería estimularse.

La diversidad se convierte en problema.
El gusto por la norma o el nivel

Las líneas entre las que es preciso moverse, manifestarse y existir no permiten mucha desviación de lo que se considera normal. La función disciplinante de la que hemos hablado en otro momento es, ante todo, normalizadora.
El mecanismo de normalización que define el éxito (para los que quedan incluidos en la norma) y la exclusión (para los que quedan fuera de la norma) se vio reforzado en el momento en que la escolaridad se hizo realmente obligatoria para todos. Cuando la escolarización universal no es real, la exclusión de los que no superan la norma no es necesaria, ya que los candidatos a ser excluidos ni siquiera acuden a las escuelas.
Fracasar es ser excluido por una vía de carácter más bien técnico: la del “etiquetado” que implica no superar la norma que define lo que es y no es aceptable. Supone negar a los sujetos fracasados la bondad de la escolaridad por otras vías, culpabilizándoles de no dar de sí lo que se les exige, hasta el punto de que algunos consideran que sería mejor para ellos apartarlos del sistema (así no habría excluidos ni agentes que tienen que excluir).
La escuela legítima, por la vía de la apreciación del mérito personal de los alumnos, las diferencias y desigualdades entre sujetos, transformándolas en un escalonamiento 76 La educación obligatoria: su sentido educativo y social de los logros escolares.
La idea de fracaso escolar tiene muy corta historia, poco más de medio siglo (ISAMBERT-JAMATI, 1992); la misma que la de la escolarización universal real, ya que el “bajo rendimiento escolar” es inherente a ella (OCDE, 1998).
Esta función normalizadora es más propia, pues, de la perversión selectiva y jerarquizadora de la escuela que del espíritu integrador que debe orientar a la escolaridad obligatoria. Parece como si la universalidad de la educación para los sujetos diversos acabase a la entrada del recinto escolar, para, una vez dentro, ser jerarquizados, expidiendo un certificado con la des-igualdad a la salida, lo que da lugar a la exclusión de los escolarizados. Es tan grave este problema que se convierte no ya en una disfuncionalidad de las instituciones escolares (el alto fracaso que producen obstaculiza su propio proyecto y su dinámica), sino en un problema social que delata el fracaso de la escuela obligatoria para dar acogida en su seno a toda la diversidad de la población escolar. No es el fracaso de la educación, sino el de la forma de proveerla a una población muy heterogénea desde el punto de vista psicológico, social y de procedencia cultural.


La diferencia negativa respecto de la norma es un obstáculo que perturba el “normal” funcionamiento de la escuela, la dinámica de desarrollo del currículum y es también una dificultad que sienten muchos profesores. El currículum está regulado, por lo general, en términos que permiten flexibilidad en su interpretación, a la hora de confeccionar textos y materiales para los estudiantes, o cuando los profesores elaboran sus planes docentes y los desarrollan en las aulas. Pero esa flexibilidad queda prácticamente anulada en el último paso de su desarrollo: cuando los aprendizajes secuenciados son idénticos para los estudiantes, quienes son sometidos a tareas idénticas y a unas mismas exigencias de ritmo y de tiempo en la realización del trabajo.
La escuela y su currículum, que deben ser oportunidades para todos, pasan con demasiada facilidad a ser estructuras de dificultades graduadas que todos han de superar a un mismo ritmo y con las mismas ayudas, de suerte que en cada uno de los escalones establecidos en la graduación medimos a los sujetos para ver si son aptos o no, los diferenciamos y les decimos a muchos que son desiguales a los demás.
Al prolongarse la escolaridad obligatoria, más allá de la etapa de educación primaria, todos esos mecanismos para jerarquizar provocan mucha más conflictividad. Es un efecto del choque entre el hecho sociológico imparable de la presencia en las instituciones escolares de jóvenes sin seleccionar, por un lado, y la mentalidad elitista que históricamente ha caracterizado a la enseñanza secundaria, por otro. Elitismo manifestado en las concepciones del profesorado, en el currículum de ese nivel, en la imagen social acerca del destino que tenían los bachilleres, etc.
Es un hecho la existencia de una ruptura importante en la continuidad de estilos entre la enseñanza primaria y el nivel secundario, visible en muchos aspectos (GIMENO, 1996). No se acepta la posibilidad de que todos puedan beneficiarse de la cultura que constituía el bachillerato. Si para realizar esta posibilidad se propone que se alteren los contenidos del currículum, entonces los defensores de una tradición digna (pero no para todos) denunciarán el descenso de la calidad de la enseñanza. Para hacer compatible la prolongación de la obligatoriedad, cuya conveniencia es difícil de negar, con la defensa del orden conocido y valorado en lo cultural-pedagógico, la solución a la que se recurre en algunos sistemas, y reclamada por muchos profesores, es la segregación de vías paralelas con contenidos diversificados para un mismo tramo de edad, de suerte que la mayor homogeneidad de cada vía satisfaga las pretensiones de la normalización y de la jerarquización académica y social.
El espíritu de la enseñanza obligatoria no reside en decir a cada alumno lo que vale respecto de exigencias normativas que, en tanto son elaboraciones culturales, son siempre arbitrarias, sino que debería enriquecerlo desde el nivel en el que esté y del que parte. La educación secundaria que se convierte en obligatoria pasa a ser una educación general y, como tal, debe entenderse: válida para todos. Pero la realidad de que la educación secundaria o media es antesala de la enseñanza superior no puede hacerle perder su carácter propedéutico académico, lo que reclama un currículum peculiar y un cierto nivel de exigencia.

Graduar la escolaridad obligatoria facilita el progreso ordenado, pero regula un ritmo para los estudiantes que son desiguales

La diferencia y la desigualdad son realidades con las que la escuela obligatoria debe contar, pero son también algo creado por sus prácticas de organización. La atención radicalmente individualizada es imposible y habrá de ser dosificada según las diferentes necesidades de alumnos o grupos especialmente necesitados. La escuela universal posible implica tratar a alumnos agrupados.
La psicología científica fundamentó la importancia de considerar lo que ocurre en el interior del que aprende, ofreciéndonos a través de su mirada una visión cada vez más minuciosa de la diversidad psicológica entre individuos y sobre la evolución diacrónica de cada uno de ellos. A la comprensión de la variación interindividual e interindividual establecida en la comprensión científica del sujeto le siguieron los intentos de adaptar sistemáticamente el tratamiento pedagógico de las diferencias detectadas. Primero, se busca el diagnóstico, después se ajusta el tratamiento.
La escuela a la medida del niño se entendió, en primer lugar, como una institución apropiada para el educando, como alguien que es diferente de los adultos, pues es un ser que evoluciona. Esta última idea conduce al establecimiento de una línea de progresoeneldesarrolloqueseráunacategoríaesencialparalapercepción y tratamiento de la infancia (con matices importantes según las escuelas psicológicas). Al alumno hay que tratarlo de acuerdo con la diversidad de estadios por los que pasa en el curso de su desarrollo hacia la madurez, porque en cada uno de ellos tiene posibilidades distintas. La escuela a la medida del niño llegó a significar también, en segundo lugar, la toma en consideración de los demostrables desiguales niveles de inteligencia general, así como de la variedad de las aptitudes específicas de cada uno. Todo esto, generalmente, bajo el supuesto de que las categorías de sujetos son perdurables.
TITONE (1966, pág.208), en uno de los tratados didácticos digno de resaltar en el pensamiento didáctico sistematizado, afirmaba que la psicología diferencial reclama una pedagogía y una didáctica diferenciadas. El medir o, simplemente, el diagnosticar o el evaluar —base de toda idea de pedagogía diferencial científica— es difícil que queden en puras prácticas de conocimiento de los estudiantes, sin ser utilizadas para otros cometidos.
La variabilidad (diversidad) evolutiva y la diferenciación cuantitativa y cualitativa de las aptitudes entre los sujetos son los ejes centrales sobre los que se ha construido el edificio teórico-práctico del aparato escolar moderno que hoy conocemos, con sus modos de organización interna, sus maneras de ordenar el currículum y los métodos pedagógicos. La mentalidad pedagógica de los profesores está anclada en estos dos ejes de manera fundamental.

La diversidad natural de la que hemos hablado, la singularidad de cada individuo, se entenderá y se reaccionará ante ellas desde el punto de vista de su clasificación en categorías. La singularidad será tolerada sólo en la medida en que no sobrepase los límites de variación que no distorsionan el trabajo “normalizado” con cada categoría clasificada.

La escuela graduada (la que clasifica a los estudiantes a lo largo de toda la escolaridad) es hoy modelo universal de organización que, sin reflejar en su dinámica un pensamiento científico concreto, es la fórmula que de manera general plasma la secuencia del desarrollo ordenado y normalizado de la educación. Creer que a cada estadio de la evolución del sujeto o que a cada nivel de competencia exigible debe corresponder una ubicación particular en el sistema educativo, es una derivación del hecho de pretender la escuela a la medida. Los profesores parecen haber perdido la capacidad profesional de trabajar con la diversidad, si ésta no es reducida por algún tipo de clasificación de estudiantes. La graduación es una de las primeras respuestas para “ordenar” la complejidad que provoca la variedad evolutiva, gracias al establecimiento de un universo manejable de categorías dentro de las que los estudiantes quedan clasificados.
El modelo de graduación más extendido está basado en el período año de vida-año de escuela, que se corresponde con la asignación de partes del currículum. A este modelo de “graduación por edad”, convirtiendo el grado en unidad curricular, le impulsa un objetivo: la búsqueda de la homogeneidad de los estudiantes hasta el límite de lo gobernable para mejorar las condiciones de trabajo pedagógico, agrupando al alumno por competencias y niveles de instrucción cuyo desarrollo se considera de alguna manera ligado a la evolución de la edad. El crecimiento de la población en grandes núcleos urbanos posibilitaría la realización del modelo de forma completa.
La graduación, con la inevitable adjudicación de competencias y conocimientos que deben ser adquiridos en cada grado, dio lugar a otro tipo de diversidad: la desviación individual respecto de la norma por la desigual respuesta y acomodo de los alumnos a la secuencia de grados.
Unas actividades académicas o tareas, también normalizadas (en cuanto a su contenido, tiempo adjudicado para su desarrollo, con medios homogéneos para llevarlas a cabo e idéntico nivel de exigencia requerido para todos), han ido estableciendo un modo estandarizado de trabajar en los profesores (GIMENO, 1988). La diversidad de prácticas pedagógicas que acumula la experiencia histórica de los docentes se pierde ante toda esa homogeneidad pretendida. Esa pérdida será una de las causas de la falta de variedad de “ambientes de aprendizaje” en los que podría verse acogida la diversidad de estudiantes. El profesor queda preso para poder flexibilizar su práctica; y mucha de la sabiduría que poseen los seres humanos para desenvolverse en situaciones de complejidad en la vida cotidiana, los docentes la han perdido.
Flexibilizar la graduación y cualquier otro tipo de clasificación en un sistema hecho desde la pretensión contraria no será fácil. Pero es condición para acomodarse a una diversidad que no puede ser del todo anulada clasificando a los estudiantes en categorías. Cualquier pretensión de homogeneidad apoyada en la clasificación de sujetos singulares por tantos motivos es un imposible, además de rechazable cuando supone jerarquización de la que se derive algún estigma para los peor clasificados.
Estos problemas ocurren en todo el sistema educativo, desde la escuela infantil hasta la universidad. Pero su significado es muy diferente, según se trate de si un nivel es obligatorio o no. En el caso de que sí lo sea, necesitamos mecanismos de tolerancia ante las desviaciones inevitables frente a la norma establecida en la línea de progreso del currículum. Si progresar es dominar un contenido muy específico, igual para todos, con un nivel de logro muy bien definido, entonces en los estudiantes se producirán grados de acomodación muy desiguales, ya que tienen diferentes capacidades, gustos y niveles de motivación

Graduar la escolaridad obligatoria facilita el progreso ordenado, pero regula un ritmo para los estudiantes que son desiguales

La diferencia y la desigualdad son realidades con las que la escuela obligatoria debe contar, pero son también algo creado por sus prácticas de organización. La atención radicalmente individualizada es imposible y habrá de ser dosificada según las diferentes necesidades de alumnos o grupos especialmente necesitados. La escuela universal posible implica tratar a alumnos agrupados.
La psicología científica fundamentó la importancia de considerar lo que ocurre en el interior del que aprende, ofreciéndonos a través de su mirada una visión cada vez más minuciosa de la diversidad psicológica entre individuos y sobre la evolución diacrónica de cada uno de ellos. A la comprensión de la variación interindividual e interindividual establecida en la comprensión científica del sujeto le siguieron los intentos de adaptar sistemáticamente el tratamiento pedagógico de las diferencias detectadas. Primero, se busca el diagnóstico, después se ajusta el tratamiento.
La escuela a la medida del niño se entendió, en primer lugar, como una institución apropiada para el educando, como alguien que es diferente de los adultos, pues es un ser que evoluciona. Esta última idea conduce al establecimiento de una línea de progresoeneldesarrolloqueseráunacategoríaesencialparalapercepción y tratamiento de la infancia (con matices importantes según las escuelas psicológicas). Al alumno hay que tratarlo de acuerdo con la diversidad de estadios por los que pasa en el curso de su desarrollo hacia la madurez, porque en cada uno de ellos tiene posibilidades distintas. La escuela a la medida del niño llegó a significar también, en segundo lugar, la toma en consideración de los demostrables desiguales niveles de inteligencia general, así como de la variedad de las aptitudes específicas de cada uno. Todo esto, generalmente, bajo el supuesto de que las categorías de sujetos son perdurables.
TITONE (1966, pág.208), en uno de los tratados didácticos digno de resaltar en el pensamiento didáctico sistematizado, afirmaba que la psicología diferencial reclama una pedagogía y una didáctica diferenciadas. El medir o, simplemente, el diagnosticar o el evaluar —base de toda idea de pedagogía diferencial científica— es difícil que queden en puras prácticas de conocimiento de los estudiantes, sin ser utilizadas para otros cometidos.
La variabilidad (diversidad) evolutiva y la diferenciación cuantitativa y cualitativa de las aptitudes entre los sujetos son los ejes centrales sobre los que se ha construido el edificio teórico-práctico del aparato escolar moderno que hoy conocemos, con sus modos de organización interna, sus maneras de ordenar el currículum y los métodos pedagógicos. La mentalidad pedagógica de los profesores está anclada en estos dos ejes de manera fundamental.

La diversidad natural de la que hemos hablado, la singularidad de cada individuo, se entenderá y se reaccionará ante ellas desde el punto de vista de su clasificación en categorías. La singularidad será tolerada sólo en la medida en que no sobrepase los límites de variación que no distorsionan el trabajo “normalizado” con cada categoría clasificada.

La escuela graduada (la que clasifica a los estudiantes a lo largo de toda la escolaridad) es hoy modelo universal de organización que, sin reflejar en su dinámica un pensamiento científico concreto, es la fórmula que de manera general plasma la secuencia del desarrollo ordenado y normalizado de la educación. Creer que a cada estadio de la evolución del sujeto o que a cada nivel de competencia exigible debe corresponder una ubicación particular en el sistema educativo, es una derivación del hecho de pretender la escuela a la medida. Los profesores parecen haber perdido la capacidad profesional de trabajar con la diversidad, si ésta no es reducida por algún tipo de clasificación de estudiantes. La graduación es una de las primeras respuestas para “ordenar” la complejidad que provoca la variedad evolutiva, gracias al establecimiento de un universo manejable de categorías dentro de las que los estudiantes quedan clasificados.
El modelo de graduación más extendido está basado en el período año de vida-año de escuela, que se corresponde con la asignación de partes del currículum. A este modelo de “graduación por edad”, convirtiendo el grado en unidad curricular, le impulsa un objetivo: la búsqueda de la homogeneidad de los estudiantes hasta el límite de lo gobernable para mejorar las condiciones de trabajo pedagógico, agrupando al alumno por competencias y niveles de instrucción cuyo desarrollo se considera de alguna manera ligado a la evolución de la edad. El crecimiento de la población en grandes núcleos urbanos posibilitaría la realización del modelo de forma completa.
La graduación, con la inevitable adjudicación de competencias y conocimientos que deben ser adquiridos en cada grado, dio lugar a otro tipo de diversidad: la desviación individual respecto de la norma por la desigual respuesta y acomodo de los alumnos a la secuencia de grados.
Unas actividades académicas o tareas, también normalizadas (en cuanto a su contenido, tiempo adjudicado para su desarrollo, con medios homogéneos para llevarlas a cabo e idéntico nivel de exigencia requerido para todos), han ido estableciendo un modo estandarizado de trabajar en los profesores (GIMENO, 1988). La diversidad de prácticas pedagógicas que acumula la experiencia histórica de los docentes se pierde ante toda esa homogeneidad pretendida. Esa pérdida será una de las causas de la falta de variedad de “ambientes de aprendizaje” en los que podría verse acogida la diversidad de estudiantes. El profesor queda preso para poder flexibilizar su práctica; y mucha de la sabiduría que poseen los seres humanos para desenvolverse en situaciones de complejidad en la vida cotidiana, los docentes la han perdido.
Flexibilizar la graduación y cualquier otro tipo de clasificación en un sistema hecho desde la pretensión contraria no será fácil. Pero es condición para acomodarse a una diversidad que no puede ser del todo anulada clasificando a los estudiantes en categorías. Cualquier pretensión de homogeneidad apoyada en la clasificación de sujetos singulares por tantos motivos es un imposible, además de rechazable cuando supone jerarquización de la que se derive algún estigma para los peor clasificados.
Estos problemas ocurren en todo el sistema educativo, desde la escuela infantil hasta la universidad. Pero su significado es muy diferente, según se trate de si un nivel es obligatorio o no. En el caso de que sí lo sea, necesitamos mecanismos de tolerancia ante las desviaciones inevitables frente a la norma establecida en la línea de progreso del currículum. Si progresar es dominar un contenido muy específico, igual para todos, con un nivel de logro muy bien definido, entonces en los estudiantes se producirán grados de acomodación muy desiguales, ya que tienen diferentes capacidades, gustos y niveles de motivación.

FORMAS DE ABORDAR LA COMPLEJIDAD PROVOCADA POR LA DIVERSIDAD
Los profesores no pueden quedarse en el papel de simples vigilantes de todos esos procesos de clasificación y de normalización.
Diversificar en la escuela obligatoria, que tiene la meta esencial de la igualdad, supone, en primer lugar, introducir fórmulas de compensación en cada aula, en cada centro o fuera de éstos.
En los casos extremos, un currículum estrictamente común para todos y en todos sus componentes puede ser una propuesta inviable.
La enseñanza auto administrada según el ritmo de aprendizaje de cada cual (contenidos proporcionados a través de ordenador, por ejemplo) es un recurso útil pero no una solución general al problema.
Debatir y lograr consensos acerca de lo que debe ser común para todos, las estrategias para diferenciar tienen que ir encaminadas a que todos logren el dominio de “lo básico” en un grado aceptable. Ese currículum común, formulado y desarrollado de manera flexible tiene que dar respuesta al pluralismo social y cultural.
Las tareas académicas definen modos de trabajar y de aprender, permiten utilizar diversos medios, salir o no fuera de las aulas, crean ambientes de aprendizaje particulares y constituyen modelos de comportamiento ante los que las individualidades se adaptan mejor o peor.
Es preciso distribuir los recursos docentes, en general, y la dedicación de cada profesor, en particular, en función de las posibilidades o necesidades de cada estudiante, proveerse de instrumentos para el trabajo independiente y crear climas de cooperación entre estudiantes, entre otras medidas.
La biblioteca del centro integrada en el trabajo cotidiano, las bibliotecas de aula, las estrategias de acumular documentación variada, debidamente catalogada, son, entre otros, recursos indispensables para una pedagogía diferenciada.
Ir disponiendo de itinerarios formativos distintos (PERRENOUD, 1998) que rompan con el marco organizativo dominante. Una pedagogía de la complejidad, de forma que las tareas académicas puedan ser atractivas y retadoras para todos.

La escuela pública y comprensiva como respuesta a las desigualdades y a las diferencias.
La diversidad y las desigualdades entre estudiantes son aspectos que se manifiestan en cada centro escolar y en cada aula. Son retos y fuente de dificultades para la organización de las escuelas, para el desarrollo del currículum y para los métodos pedagógicos.
Las desigualdades que subyacen a la distribución geográfica de la población se traducen en desigualdades entre centros escolares ubicados en diferentes zonas: rurales o urbanos, situados en suburbios o en áreas residenciales, ubicados en zonas de diferente nivel de desarrollo, etc. Una escuela pública en un suburbio de una gran ciudad acoge a estudiantes muy distintos a los de otra que, aunque sea igualmente pública, esté situada en otro contexto urbano más favorecido. Estas desigualdades sociales dan lugar a otras simétricas en las escuelas.
Se producen otros muchos casos de desigualdad a través de la “especialización” de escuelas en tipos de estudiantes provocados por causas económicas e ideológicas. Las segregaciones en razón de la raza, la etnia o la religión han sido y son frecuentes. Un ejemplo muy acertado para poner en evidencia las resistencias ideológicas a cambiar esas segregaciones lo ofrece la historia de la coeducación.
La escuela pública es una apuesta histórica a favor de la igualdad, porque posibilita el acceso a la educación a quienes no tienen recursos propios, y lo es, además, porque en ella debe tener cabida toda la diversidad de estudiantes. Es el modelo históricamente más integrador de las diferencias. Si no mantiene niveles de calidad equiparables a las escuelas privadas, se estará produciendo una desigualdad ante el derecho fundamental a la educación.

La fórmula de organización comúnmente adoptada para la realización de esta filosofía es la llamada escuela comprensiva, que tiene como característica esencial el mantenimiento de todos
los estudiantes juntos, sin segregarlos por especialidades ni por niveles de capacidad, a los que se les imparte un currículum común, sea cual sea su condición social, de género, capacitación, credo religioso, etc. Constituye uno de los motivos de polémica más vivos en el debate acerca de las políticas educativas.
La educación comprensiva evita que los estudiantes de una misma edad se dividan en tipos de centros con curricular y destinos sociales diferentes (bachillerato y formación profesional, por ejemplo), retrasando la elección sobre el tipo de enseñanza que se va a cursar.

La escuela pública y comprensiva como respuesta a las desigualdades y a las diferencias.
La diversidad y las desigualdades entre estudiantes son aspectos que se manifiestan en cada centro escolar y en cada aula. Son retos y fuente de dificultades para la organización de las escuelas, para el desarrollo del currículum y para los métodos pedagógicos.
Las desigualdades que subyacen a la distribución geográfica de la población se traducen en desigualdades entre centros escolares ubicados en diferentes zonas: rurales o urbanos, situados en suburbios o en áreas residenciales, ubicados en zonas de diferente nivel de desarrollo, etc. Una escuela pública en un suburbio de una gran ciudad acoge a estudiantes muy distintos a los de otra que, aunque sea igualmente pública, esté situada en otro contexto urbano más favorecido. Estas desigualdades sociales dan lugar a otras simétricas en las escuelas.
Se producen otros muchos casos de desigualdad a través de la “especialización” de escuelas en tipos de estudiantes provocados por causas económicas e ideológicas. Las segregaciones en razón de la raza, la etnia o la religión han sido y son frecuentes. Un ejemplo muy acertado para poner en evidencia las resistencias ideológicas a cambiar esas segregaciones lo ofrece la historia de la coeducación.
La escuela pública es una apuesta histórica a favor de la igualdad, porque posibilita el acceso a la educación a quienes no tienen recursos propios, y lo es, además, porque en ella debe tener cabida toda la diversidad de estudiantes. Es el modelo históricamente más integrador de las diferencias. Si no mantiene niveles de calidad equiparables a las escuelas privadas, se estará produciendo una desigualdad ante el derecho fundamental a la educación.

La fórmula de organización comúnmente adoptada para la realización de esta filosofía es la llamada escuela comprensiva, que tiene como característica esencial el mantenimiento de todos
los estudiantes juntos, sin segregarlos por especialidades ni por niveles de capacidad, a los que se les imparte un currículum común, sea cual sea su condición social, de género, capacitación, credo religioso, etc. Constituye uno de los motivos de polémica más vivos en el debate acerca de las políticas educativas.
La educación comprensiva evita que los estudiantes de una misma edad se dividan en tipos de centros con curricular y destinos sociales diferentes (bachillerato y formación profesional, por ejemplo), retrasando la elección sobre el tipo de enseñanza que se va a cursar.



domingo, 16 de octubre de 2016

PORTADA

 CENTRO REGIONAL DE EDUCACIÓN NORMAL
                                                                            
                 "Marcelo Rubio Ruiz"

PANORAMA ACTUAL DE LA EDUCACIÓN EN MÉXICO


"LA EDUCACIÓN OBLIGATORIA Y EL OPTIMISMO ACERCA DEL PROFRESOR"


Maestra:

 Alma Delfina González 

Alumnas:

Sinahi Gizel Montelongo Murillo
Ytzayana Guadalupe Ruiz Higuera
Marjorie Caballero Martinez

Grado y Grupo:

1ro "A"


CAPITULO IV

La educación obligatoria y el optimismo acerca del progreso

Es un proyecto optimista que debe ser extensible a todos, en tanto que se apoya en los valores de la racionalidad y de la democracia, que eleva la condición humana. Si es un derecho universal, a nadie se le puede negar. Lo cual implica el supuesto de que todo ser humano puede mejorar, puede ser educado y, por tanto, tiene que recibir educación. El proyecto moderno de educación es optimista acerca de las posibilidades de la naturaleza humana, y lo es también desde un punto de vista histórico, porque contribuye a la liberación exterior del hombre respecto de poderes que lo hacen “menor de edad”, como pensaba KANT. La educación moderna lleva consigo la promesa de liberar al hombre de las limitaciones de su origen, porque, desde esa mentalidad progresista, la circunstancia de haber nacido en un contexto y en unas determinadas condiciones es algo que se puede corregir, ya que el mundo que nos rodea ha sido construido y no viene dado por ninguna fuerza inamovible, por el destino o por la fatalidad, sino que es susceptible de ser vuelto a diseñar, como afirma HELLER .
Un consenso epistemológico que defiende la creencia de que todos pueden ser educados, al concebir a la naturaleza humana como algo mejorable, creencia que se extiende a medida   que pierden vigor las explicaciones acerca del destino prefijado, que son propias de una sociedad que se rige por las ideas de la tradición. Un nuevo consenso moral según el cual todos deben ser educados, porque todos pueden serlo, bien sea con el fin de corregir sus limitaciones, de protegerlos de las influencias que coarten el desarrollo expansivo natural o para proporcionarles los “materiales” para su desenvolvimiento. Ésta es la nueva base democrática de la educación obligatoria bajo el pensamiento moderno. Si no se cree en que todos puedan “crecer”, en el sentido de acrecentar sus habilidades y capacidades, la universalidad de la educación obligatoria pierde su fundamento más digno. La docencia no es un trabajo cualquiera, pues se suma al proceso de humanización, a la realización de una utopía que lleva a los sujetos y a la sociedad más allá de donde el profesor se los encuentra.

De ahí la especial formación que el profesor requiere, pero sobre todo, el claro compromiso que debe tener con unos ideales que, lamentablemente, pesan poco en las prácticas de formación, selección y promoción del profesorado. La historia de la progresiva implantación de la educación obligatoria ha tenido que enfrentarse con resistencias que creían poco en la universalidad de sus potenciales buenos efectos. Mujeres, niños de clases populares, sujetos con dificultades, miembros de grupos raciales dominados han sido y son discriminados en la educación. Los argumentos en que se apoyan estas creencias son muy resistentes porque sirven a intereses anclados en actitudes profundas y en el empeño por mantener las desigualdades. Son resistentes porque, por un lado, topan con la evidencia de que la desigualdad de condiciones personales en el aprendizaje es un hecho que tiende a atribuirse a la persona.
La ciencia, o lo que dice autodenominarse así— ha difundido a lo largo de los siglos XIX y XX argumentos que han tratado de justificar las desigualdades humanas como determinaciones biológicas. Si los pobres, los negros, las mujeres, los emigrantes, etc., fuesen menos capaces por determinación biológica, ¿qué sentido tienen las prácticas de redención y de compensación, salvo el de la compasión y la caridad?
La tendencia a unir las diferencias psicológicas humanas a las condiciones de la naturaleza (exterior o interior al hombre) viene de lejos. La historia del determinismo biologicista es larga y está muy arraigada en la cultura: desde las interpretaciones astrológicas del comportamiento cotidiano —que no puede decirse que han decaído— hasta la explicación genética de la inteligencia, pasando por la conexión entre los fluidos del cuerpo y los caracteres de la persona (sanguíneo, colérico, flemático), o la ligazón entre aspectos corporales y cualidades psicológicas (los obesos se cree que son pacíficos y bonachones. Solemos decir “tiene aspecto de buena persona”). Según el pionero de la medición de las aptitudes humanas, BINET (1985; obra publicada por primera vez en 1909), la escuela moderna tenía que aprovechar las posibilidades de conocer y clasificar a los estudiantes de acuerdo con la medición de sus capacidades. Éstas eran concebidas como si fuesen aptitudes ajenas a las influencias educativas. Aunque su posición no se encuadraba en el innatismo, pues quiso que sus pruebas sirvieran para identificar las necesidades educables de los niños retrasados, la teoría y la práctica de la medición a través de pruebas mentales estuvieron, y siguen estando, al servicio de la clasificación jerarquizadora y de la inmovilidad social apoyada en el biologismo. Las pruebas para medir aptitudes se utilizaron para filtrar la emigración en los EE.UU., para internar a débiles mentales, para negar servicios sociales a clases y razas desfavorecidas, para justificar la “diferencia”, cuando no la simple inferioridad, de las mujeres, para clasificar estudiantes en las escuelas, etc.
Toda práctica de examen, psicológico o pedagógico, tenderá a ser utilizada como una mirada documentada de carácter normalizador (FOUCAULT, 1978) que permite describir, calificar, juzgar, clasificar, comparar y también castigar, en tanto hace visibles las diferencias entre los sujetos y las objetiva a través del uso de lo que se consideran procedimientos científicos. La individualidad, en vez de ser apreciada como potencialidad creadora, será convertida en un objeto que hay que documentar y catalogar.
Para las posturas progresistas, que tienen su raíz en la visión optimista acerca de la bondad natural de los seres humanos y en la idea de la igualdad entre ellos, los límites de los sujetos tienen origen cultural y social.
Este supuesto progresista ha ido rompiendo prejuicios y asentándose paulatinamente, lo que ha llevado a incorporar al colectivo de los considerados como “educables” a las mujeres, que en el primer planteamiento moderno fueron excluidas, por
creerlas subdotadas y de un rango menor respecto del varón; también a los hijos de las clases populares, a los que todavía se cree en algunos sectores conservadores que están en desventaja social o que son pobres por no ser su naturaleza educable; a minorías o mayorías raciales, consideradas infradotadas respecto del hombre blanco; a los sujetos que muestran deficiencias de diverso signo, que en un principio fueron vistos como frutos del pecado o, simplemente, alguien que resultaba irrecuperable.
La historia de la exclusión está construida sobre la desigualdad de la propiedad de bienes materiales, sobre los privilegios sociales y políticos de ciertas minorías, y sobre las creencias acerca de la desigual posesión de capacidades innatas que se consideran más propias de un tipo de seres humanos que de otros.
Ésta es una batalla todavía no ganada definitivamente. Todos los niños en edad escolar entran en el sistema educativo en los países desarrollados, pero no todos están en igualdad de condiciones; ni se llega a esperar de ellos el mismo progreso
porque se les considera en muchos casos desiguales. Ganada la apuesta por la escolarización, hay que profundizar en la batalla de la igualdad. Para lograrla han de combatirse las actitudes y las concepciones de sentido común o las proporcionadas por argumentos pseudocientíficos que justifiquen las desigualdades de trato a diferentes seres humanos o las distintas expectativas acerca de lo que cada uno puede dar de sí. La escolarización no es todopoderosa para combatir las desigualdades, pero lo que no debe hacer nunca es ser ella causa de una mayor desigualdad, dando trato diverso o reforzando la jerarquía entre sujetos diferentes.


La ciencia, o lo que dice autodenominarse así— ha difundido a lo largo de los siglos XIX y XX argumentos que han tratado de justificar las desigualdades humanas como determinaciones biológicas. Si los pobres, los negros, las mujeres, los emigrantes, etc., fuesen menos capaces por determinación biológica, ¿qué sentido tienen las prácticas de redención y de compensación, salvo el de la compasión y la caridad?

La tendencia a unir las diferencias psicológicas humanas a las condiciones de la naturaleza (exterior o interior al hombre) viene de lejos. La historia del determinismo biologicista es larga y está muy arraigada en la cultura: desde las interpretaciones astrológicas del comportamiento cotidiano —que no puede decirse que han decaído— hasta la explicación genética de la inteligencia, pasando por la conexión entre los fluidos del cuerpo y los caracteres de la persona (sanguíneo, colérico, flemático), o la ligazón entre aspectos corporales y cualidades psicológicas (los obesos se cree que son pacíficos y bonachones. Solemos decir “tiene aspecto de buena persona”). Según el pionero de la medición de las aptitudes humanas, BINET (1985; obra publicada por primera vez en 1909), la escuela moderna tenía que aprovechar las posibilidades de conocer y clasificar a los estudiantes de acuerdo con la medición de sus capacidades. Éstas eran concebidas como si fuesen aptitudes ajenas a las influencias educativas. Aunque su posición no se encuadraba en el innatismo, pues quiso que sus pruebas sirvieran para identificar las necesidades educables de los niños retrasados, la teoría y la práctica de la medición a través de pruebas mentales estuvieron, y siguen estando, al servicio de la clasificación jerarquizadora y de la inmovilidad social apoyada en el biologismo. Las pruebas para medir aptitudes se utilizaron para filtrar la emigración en los EE.UU., para internar a débiles mentales, para negar servicios sociales a clases y razas desfavorecidas, para justificar la “diferencia”, cuando no la simple inferioridad, de las mujeres, para clasificar estudiantes en las escuelas, etc.
Toda práctica de examen, psicológico o pedagógico, tenderá a ser utilizada como una mirada documentada de carácter normalizador (FOUCAULT, 1978) que permite describir, calificar, juzgar, clasificar, comparar y también castigar, en tanto hace visibles las diferencias entre los sujetos y las objetiva a través del uso de lo que se consideran procedimientos científicos. La individualidad, en vez de ser apreciada como potencialidad creadora, será convertida en un objeto que hay que documentar y catalogar.
Para las posturas progresistas, que tienen su raíz en la visión optimista acerca de la bondad natural de los seres humanos y en la idea de la igualdad entre ellos, los límites de los sujetos tienen origen cultural y social.
Este supuesto progresista ha ido rompiendo prejuicios y asentándose paulatinamente, lo que ha llevado a incorporar al colectivo de los considerados como “educables” a las mujeres, que en el primer planteamiento moderno fueron excluidas, por
creerlas subdotadas y de un rango menor respecto del varón; también a los hijos de las clases populares, a los que todavía se cree en algunos sectores conservadores que están en desventaja social o que son pobres por no ser su naturaleza educable; a minorías o mayorías raciales, consideradas infradotadas respecto del hombre blanco; a los sujetos que muestran deficiencias de diverso signo, que en un principio fueron vistos como frutos del pecado o, simplemente, alguien que resultaba irrecuperable.
La historia de la exclusión está construida sobre la desigualdad de la propiedad de bienes materiales, sobre los privilegios sociales y políticos de ciertas minorías, y sobre las creencias acerca de la desigual posesión de capacidades innatas que se consideran más propias de un tipo de seres humanos que de otros.
Ésta es una batalla todavía no ganada definitivamente. Todos los niños en edad escolar entran en el sistema educativo en los países desarrollados, pero no todos están en igualdad de condiciones; ni se llega a esperar de ellos el mismo progreso
porque se les considera en muchos casos desiguales. Ganada la apuesta por la escolarización, hay que profundizar en la batalla de la igualdad. Para lograrla han de combatirse las actitudes y las concepciones de sentido común o las proporcionadas por argumentos pseudocientíficos que justifiquen las desigualdades de trato a diferentes seres humanos o las distintas expectativas acerca de lo que cada uno puede dar de sí. La escolarización no es todopoderosa para combatir las desigualdades, pero lo que no debe hacer nunca es ser ella causa de una mayor desigualdad, dando trato diverso o reforzando la jerarquía entre sujetos diferentes.


Un camino para la igualdad y para la inclusión social.

…las diferencias que se encuentran en las costumbres y las aptitudes de los hombres, son debidas a su educación más que a ninguna otra cosa; debemos deducir que ha de ponerse gran cuidado en formar el espíritu de los niños y darles aquella preparación temprana que influirá en el resto de su vida.

(John LOCKE).


Que un ser humano reciba la misma educación que cualquier otro —algo que se deriva del hecho de ser un derecho universal— no significa igualarlos entre sí. La educación no es un omnipotente medio para la supresión de las desigualdades cuyo origen está fuera de las escuelas y que son previas a la escolarización.
En el mejor de los casos, la escolarización obligatoria es sólo uno de los posibles medios para recorrer el camino hacia la igualdad. Pero si cualquier individuo o
grupo constituido por alguna condición (género, clase social, etnia, modo de vida, etc.), recibe una educación diferente en extensión y en calidad a la que disfrutan otros, o si no recibe ninguna, entonces seguro que se acentúa la desigualdad entre unos y otros.
Recibir o no educación es condición para la participación en la sociedad, desde el momento en que para desempeñar el ejercicio de muchas actividades y puestos de trabajo se requiere una preparación previa, así como herramientas y habilidades para adquirirla.


La educación obligatoria su sentido educativo y social

Las desigualdades en cuanto a la educación tienen hoy consecuencias, más allá de causar diferencias sobre las oportunidades que vayan a tenerse. Tener conciencia de qué es el mundo y la sociedad actuales no es algo a lo que pueda accederse desde el sentido común sin la aportación de aprendizajes que no suelen adquirirse en el intercambio cotidiano con las cosas y con las demás personas. Los más educados podrán entender mejor esas situaciones y disponer de más capacidad y de una mayor flexibilidad para acomodarse a las condiciones mudables. la persona no cultivada o con carencias y deficiencias notables en la educación queda excluida socialmente, El derecho social a la cultura  y a la educación tiene carácter fundamental, es porque se entrelaza con otros derechos civiles, políticos y económicos de las personas, capacitándolas para el ejercicio de los mismos, posibilitándolos y potenciándolos se pueden realizar otros derechos, como el de la libre expresión, la participación política o el derecho al trabajo en las sociedades avanzadas. Es este derecho a la cultura y no el derecho de la cultura  el que fundamenta.

La virtualidad más significativa que hoy desempeña la educación para todos es la de la inclusión. No sólo estamos ante un problema de injusticia, sino ante el abismo entre seres humanos que no sólo discrimina a los desfavorecidos, sino que los aparta definitivamente de la sociedad. A los excluidos sin educación les llegan a faltar las posibilidades para salir de ese estado.
La educación socializa produciendo lazos con el mundo, en la medida en que habilita para ser y considerarse un miembro de éste. La capacidad de inclusión tiene, en primer lugar, una proyección en la inserción en las actividades productivas. En segundo lugar, tiene una dimensión intelectual, en tanto que capacitación para el entendimiento del mundo. En tercer lugar, la inclusión tiene una vertiente emocional: la de poder sentirse como un actor social que interviene en su medio, un sujeto creador, libre y autónomo.



Insistir en la importancia de la posesión de ciertos conocimientos y habilidades para poder incluirse en los procesos propios de la sociedad actual; herramientas de pensamiento, lo cual plantea condiciones a los mismos y a las formas de adquirirlos; es preciso reparar en el valor de las habilidades para aprender y comprender dentro y fuera de la escuela; la inclusión lo es para una cultura que es plural y en la que hay consensos y disensiones.

La fe y la esperanza en la educación escolarizada también cuenta con su particular historia acerca de la falsedad de sus promesas, su decadencia, su inutilidad y sus efectos perniciosos.
El pesimismo en cuanto al valor que se concede a la cultura, la falta de fe en que la ciencia y la tecnología puedan incrementar la felicidad humana, a persistencia de fuertes desigualdades en sociedades que creemos cultas, la pérdida de prestigio social del hombre y de la mujer cultos, el rebrote del fascismo, la devaluación de la democracia, la deshumanización de muchas de las prácticas educativas, la persistencia del abandono escolar, las altas tasas de fracaso escolar, la pérdida de presencia del Estado en la provisión de la educación, la privatización de ésta.